sábado, 31 de julio de 2010

Despedida.




Leyendo EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO, de Marcel Proust, me he encontrado este párrafo y necesito compartirlo.

"Según una creencia céltica las almas de los seres perdidos están encerradas en un animal, un vegetal o una cosa inanimada, perdidas hasta el día en que por azar sucede que pasamos al lado del árbol o del objeto que las sirve de cárcel. Entonces se estremecen, nos llaman, y en cuanto las reconocemos se rompe el maleficio. Y liberadas por nosotros, vencen a la muerte y tornan a vivir en nuestra compañía".

He hecho un alto en el camino estos días y me ha dado por pensar en vosotros. Luego he caído en la cuenta de que no hice la despedida oficial de esta que ha sido nuestra paginita virtual los dos últimos años. Me da pena despedirme de este espacio, ya veis que tontería. Aún no sé si lo cerraré, quizás lo deje abierto aunque solo sea para asomarme a él cuando me ponga nostálgico. Con el estrés y la carga de emociones del final del curso (fue bonito, hasta una cafetera me han regalado), las despedidas, los viajes inmediatos este año... no me ha dado casi tiempo a pararme a reflexionar. Ahora que estoy de vuelta y con la noche en calma y muy calurosa, es el momento de cerrar con unas palabras de despedida este capítulo, otro más de la vida, distinto a los demás, porque aunque seguirán pasando alumnos serán ya estos distintos como también lo seré yo. Cada momento es único y ya no se repite, no queda más que como recuerdo, memoria de un tiempo que se extinguió y que conforme van pasando los años se va perdiendo entre la niebla del olvido o va siendo sepultado por recuerdos más nuevos y recientes. Pero siempre queda algo, un buen día un sonido, un olor, un objeto contienen una huella de esos días del pasado y hacen que inadvertidamente broten los recuerdos en cascada. Será un día que el ruido de la tiza, o la luz que se filtra por las persianas, o el furtivo comentario de un alumno, quien sabe, me hagan recordar esos días en los que subir a clase de Primero o Segundo D era como disponerse a abrir un cofre que no sabes lo que contiene, pero que anticipa secretos y misterios de gran riqueza y encanto.

Entre esos recuerdos estará también el de ella, que entraba cada día y se sentaba en su sitio de siempre y miraba y escuchaba y nos regalaba sus sonrisas, sus silencios, su exquisita educación y maneras, toda la dulzura de cada gesto, el ejemplo de su trabajo y esfuerzo, contra todas las circunstancias y la mala suerte. Nos ayudará en los días de niebla a encontrar de nuevo el camino que habíamos perdido; será el pañuelo de agua fresca sobre nuestra frente las noches de fiebre; nos irá recordando el milagroso don que es la vida cuando el dolor sea agudo y los horizontes borrosos. A cambio tendrá nuestros ojos para ver cada nueva puesta de sol; nuestros oídos para la música y el canto de los pájaros en verano; nuestro tacto y nuestra piel para cada sensación nueva y desconocida.

Estos últimos días estuve perdido por un bosque de hayas como la de la imagen. Ojalá se cumpliese esa creencia celta y ahora ella estuviese en una de esas hayas mágicas y que un día que de nuevo estuviésemos buscando la paz y el silencio en medio del bosque sintiésemos esa llamada, ese estremecimiento, ese reconocimiento que la devolviese al mundo que tanto la añora y la necesita.

Javier.